Eduardo
Chillida fue uno de los escultores Donostiarras más importantes del
movimiento abstracto internacional del SXX. Nacido en 1924, comenzó
su exploración del vacío, la luz, sus sombras y volúmenes allá
por el año 1943, coincidiendo con sus estudios en la escuela de
arquitectura de Madrid. Siguió en Paris con sus estudios artísticos,
donde asiste a grandes exposiciones y conoce a figuras de primera
línea. Tal vez es entonces donde las nuevas materias se incorporen a
su repertorio arquitectónico, y el aire, el fuego, la música o el
propio espacio, sin estructura ni armazón visible, se incorporaron a
su paleta para su retorno a San Sebastián en los años cincuenta.
Lleno de inquietudes escultóricas Chillida descubre la fragua de
Manuel Illaramendi, donde parirá su primera obra abstracta, Ilarik,
a partir de la cual nunca hubo necesidad de un retorno a las formas
concretas. Al calor del acero y la música y ritmos de golpes al
yunque, brotaron las ideas metafísicas que ayudaron a ensoñar por
fin, formas puras danzando por el aire. Creó los sistemas para
atrapar a los materiales en su movimiento, que a pesar de sus enormes
masas, el maestro supo fijar ligeras, al son de una música o
peinando los vientos...
Independientemente
a la infinidad de materiales que empleó en sus obras, siempre supo
buscar intimidades en la materia, dejando resquicios al paso de la
luz, para envolverla su materia y revelarla sin miedo a la herrumbre.
Los espacios de sus obras, como maquetas de arquitectura, parecen
buscar el cambio de escala y aspirar a un gran tamaño. Son y serán
como pequeñas arquitecturas contenedoras del precioso vacío.
Expuestas a la luz del sol, las formas doblegadas y descarnadas de
las materias primas del escultor, evocan en sus títulos, enigmáticos
misterios, resueltos de forma abstracta y muchas horas modulando el
espacio escultórico, como en un elogio a la arquitectura.
Cuando
recibe el encargo de las puertas para la basílica de Arantzazu,
Eduardo Chillida ya auna en sus obras el carácter experimental de
su obra con el aspecto y el carácter natural de sus materiales. De
la forja de Hernani trae sen miedo su acero colado o el otro
reciclado, de la sobriedad y racionalidad de sus amigos
neoplasticistas, las formas puras y geométricas, repujadas en
vertical u horizontal, vistiendo la madera de los portones sacros. El
artista consigue en estos soportes conectarse con la obra de sus
contemporáneos, resolver su encargo en tiempo y en precio, de manera
equilibrada y elegante. Chillida a la par de resolver su ecuación,
aporta cierta organicidad a su racionalidad, alejándose de la
estricta rigidez de su maestro Mondrian, y acercándose, casi sin
sentirlo, a la obra de sus discípulos, que como Ben Nicholson,
supieron aportar libertad al estilo propio, y crearon formas modernas
sin dejar de evocar las cuestiones clásicas o la escultura misma.
Con las cuatro puertas de Arantzazu, Chillida recuerda la fragua
oscura y las puertas metálicas de la antigüedad gótica,
(engastadas en las arquivoltas de piedra )y da la bienvenida a la
modernidad de carácter internacionalista, sin necesidad de bronce
para anticiparnos el fabuloso espacio de la basílica, al que dan
paso.
Con el taller Burdinezko Eguzkia (Sol de Hierro) dirigido a nin@s de 6 a 11 años, nos sumergimos de primera mano a la obra de Eduardo Chillida, mediante el estudio y observación directa de una de sus primeras obras, las puertas de la Basílica y la práctica experimental de algunas técnicas utilizadas en su extensa carrera.
La dinámica del taller comenzó con una breve introducción a los participantes, mediante proyección de imágenes para hacer una visita guiada a la Basílica, donde pudieron conocer, dibujar y tocar esas puertas con sus soles vaciados en acero de Motriku. Mediante la técnica del frotagge extrageron formas de los relieves en los que apreciaron los bruñidos y los golpes de martillo que permanecen como el primer día texturizando cada peine. A la vuelta, en el edificio Topagune Gandiaga, comenzó la obra individual para explorar la técnica bidimensional de las gravitaciones del maestro, y sus collages de papel. Manos, peines y demás asuntos incidieron en la importancia de los contrastes del blanco y negro, que resolvieron con betún, emulando los estudios con brea con los que se bocetearon las propias puertas en los primeros años cincuenta. Y por fin y de manera colectiva dimos paso a la recreación de las puertas en cartón, donde nos enfrentamos al collage de gran formato y que supieron resolver con ese fundamento y esa gracia que muchas veces se nos escapa a los mayores. Con la puesta en común y la muestra a los familiares dimos fin a este bello taller, que dejó muy buen poso y la sensación de habernos acercado realmente a los mecanismos de creación del escultor. Una vez más, tenemos que agradecer a la Fundación Arantzazu Gaur por su buen obrar y la vocación didáctica que acerca año tras año a los más jóvenes los tesoros artísticos contenidos en esa maravilla de arquitectura que es el Santuario de Arantzazu. Gracias también al Museo Chillida Leku, por su imprescindible apoyo en la documentación para el diseño de los talleres. En por último, muchas gracias a tod@s por vuestra participación y escucha activa y hasta el año que viene, donde esperamos volver a sorprenderos. Hasta pronto!!
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